Unai Ziarreta constata que Euskal Herria atraviesa una fase histórica de tránsito, en la que el ciclo agotado no acaba de morir y uno nuevo no termina de nacer. Su apuesta es conformar un polo soberanista democrático que utilice vías exclusivamente democráticas, un tren hacia la independencia en cuya vía no van a faltar trabas de unos y otros; «unos, porque temen que el tren llegue a la meta de la independencia; otros, porque tienen miedo a perder su primacía y su sitio en la locomotora», advierte el presidente de Eusko Alkartasuna.
Después de 30 años de un marco constitucional ampliamente rechazado en Euskal Herria, hoy somos inmensa mayoría los que pensamos que el modelo estatutario vigente está agotado, que es inútil e incapaz de satisfacer las necesidades diarias de la sociedad vasca ni tampoco sus legítimas aspiraciones nacionales. Pensamos en definitiva que el futuro de nuestro país lo tenemos que escribir nosotros mismos, cada ciudadano y ciudadana vasca, y que ese futuro deberá estar basado en parámetros radicalmente distintos a los que nos impone el actual marco constitucional, parámetros que nazcan de nuestro reconocimiento como pueblo y que posibiliten la defensa y la materialización de todos los proyectos políticos por vías políticas y democráticas.
Hoy en Euskal Herria vivimos en tránsito. Nos movemos en ese espacio repleto de incógnitas que siempre aparece entre el viejo ciclo que no acaba de morir y el nuevo que no termina de nacer. La cuestión es cómo despejamos entre todos esas incógnitas y cómo hacemos camino para que ese nuevo ciclo que ahora asoma y sólo acertamos a intuir acabe naciendo por fin.
Algunos lo tienen muy claro y ni siquiera se molestan en disimular. Para ellos el nuevo ciclo significa echar la persiana al soberanismo, dejarse de eso que llaman «veleidades soberanistas» y regresar el pasado, a los años de cómoda cohabitación con los socialistas en el Gobierno vasco. Un nuevo ciclo que es en realidad la vuelta a las viejas políticas que tanto gustan en Madrid, donde su máxima aspiración para Euskal Herria es la asimilación de un nacionalismo domesticado que no ponga en peligro el actual estado de las cosas, aunque ello signifique renunciar a resolver un conflicto político que tanto dolor y sufrimiento ha generado y genera en nuestro país.
El futuro, sin embargo, no lo podemos escribir con renglones del pasado. Eso es imposible, por mucho que en Euskal Herria y sobre todo entre los abertzales tengamos la insana costumbre de enredarnos en discusiones bizantinas sobre hechos ocurridos hace 30 ó incluso 150 años. Yo miro al futuro y no veo el pasado. Eso es lo contrario al progreso. Desde mi responsabilidad política quiero mirar al futuro con valentía, dispuesto a arriesgar por el bien común, y con ambición. Con ambición histórica, la que los abertzales vamos a necesitar para afrontar de una vez por todas la resolución definitiva del conflicto político de fondo y alcanzar un escenario de paz que abra las puertas, democráticamente, a todos los proyectos políticos.
Todos quienes compartimos esa ilusión y esa ambición, todos sin excepción, tenemos la obligación de hacer una reflexión de carácter estratégico que permita a la sociedad vasca abrir ese nuevo ciclo que nos lleve a todos a la resolución del conflicto desde vías políticas y democráticas. Y también tenemos la obligación de abordar esa reflexión con inteligencia, dando prioridad absoluta a los instrumentos y a las fórmulas que mejor contribuyan a la consecución de nuestro objetivo último.
Es hora de reivindicar las gigantescas potencialidades de un soberanismo inteligente que utilice con radicalidad absoluta las vías políticas y democráticas. Ejemplos ya tenemos: Escocia, Flandes, Groenlandia, incluso Irlanda, donde han sido capaces de reconducir desde la política el conflicto armado. Cualquier otra vía alternativa a las estrictamente políticas y democráticas está condenada al fracaso de antemano porque sólo servirá para alejarnos de nuestra meta.
Valentía, ambición e inteligencia deben ser los cimientos sobre los que se asiente en los próximos tiempos la apuesta política de los miles de abertzales soberanistas que somos en Euskal Herria y que aspiramos a tener un Estado propio en Europa. Hay masa crítica de sobra para que la apuesta por ese soberanismo inteligente sea un éxito rotundo en las urnas y fuera de ellas, para que esa apuesta sincera devuelva la ilusión perdida a los miles y miles de abertzales frustrados y desencantados, y con razón además, por la gestión de dos iniciativas del Gobierno vasco -Nuevo Estatuto Político y Ley de Consulta- que en un inicio encendieron en la sociedad vasca una llama de esperanza que al final el PNV ha ayudado a apagar con el beneplácito del lehendakari Ibarretxe.
Basta ver los temores y los nervios que en instancias políticas y mediáticas muy diversas se han desatado a raíz de esta invitación a la configuración de un polo soberanista para comprobar la tremenda potencialidad de esta iniciativa. Sus posibilidades de futuro son inmensas, y no sólo en clave política general, sino también en lo relativo a las políticas sociales, económicas, culturales, educativas, etc. a impulsar en todo el país desde una perspectiva claramente progresista.
Quienes demandamos para Euskal Herria un nuevo ciclo que no repita ni esquemas fracasados ni errores del pasado tenemos la responsabilidad de acertar ahora en la respuesta. De lo contrario, si nos equivocamos, corremos el riesgo cierto de ver cómo desde otras instancias políticas cortocircuitan toda opción de cambio e hipotecan nuestro futuro como pueblo. Son esas instancias, en Madrid pero también aquí, en Euskal Herria, las que con toda seguridad van a intentar boicotear la puesta en marcha de este tren por la soberanía; unos, porque temen que el tren llegue a la meta de la independencia; otros, porque tienen miedo a perder su primacía y su sitio en la locomotora.
Unos y otros saben que un polo soberanista democrático que se autoimponga el objetivo de recabar por vías exclusivamente políticas la adhesión mayoritaria de la sociedad vasca es imparable a medio-largo plazo y que a corto plazo provocaría un auténtico terremoto en la escena política vasca, un cambio radical con respecto a la actual correlación de fuerzas que impediría que el PNV y el PSOE volvieran a los años de Ardanza para repetir ese viejo esquema que nos conduce sin remedio a convertirnos en una simple comunidad autónoma del Estado español.
Su temor al cambio nos muestra cuál es el camino correcto. El PSOE, como el PP, teme el éxito de la apuesta soberanista porque sería el inicio del fin de la unidad de España. Y el PNV tiene pánico a perder su posición de privilegio dentro del nacionalismo vasco. Durante los últimos 30 años ha sabido mantener su primacía aplicando la teoría del péndulo, moviéndose hacia el autonomismo o hacia el soberanismo según el interés coyuntural de cada momento. Sin embargo, la ambigüedad calculada y el péndulo dejarán de servirle si desde el soberanismo somos capaces de articular un movimiento de calado. El PNV lo sabe bien, y lo teme porque ese día tendrá que elegir entre autonomismo y soberanismo, y dejará de ser la primera referencia política abertzale.
Hemos entrado en año electoral y eso en política lo complica todo. No obstante, no debemos perder de vista ni el objetivo -la soberanía de Euskal Herria- ni la conciencia de que tenemos todo por ganar para superar los obstáculos y lograr que el Parlamento Vasco que surja de las elecciones de marzo refleje de verdad la realidad política de nuestro país y, por consiguiente, la existencia de un polo soberanista fuerte. Sólo necesitamos valentía, ambición e inteligencia.
Después de 30 años de un marco constitucional ampliamente rechazado en Euskal Herria, hoy somos inmensa mayoría los que pensamos que el modelo estatutario vigente está agotado, que es inútil e incapaz de satisfacer las necesidades diarias de la sociedad vasca ni tampoco sus legítimas aspiraciones nacionales. Pensamos en definitiva que el futuro de nuestro país lo tenemos que escribir nosotros mismos, cada ciudadano y ciudadana vasca, y que ese futuro deberá estar basado en parámetros radicalmente distintos a los que nos impone el actual marco constitucional, parámetros que nazcan de nuestro reconocimiento como pueblo y que posibiliten la defensa y la materialización de todos los proyectos políticos por vías políticas y democráticas.
Hoy en Euskal Herria vivimos en tránsito. Nos movemos en ese espacio repleto de incógnitas que siempre aparece entre el viejo ciclo que no acaba de morir y el nuevo que no termina de nacer. La cuestión es cómo despejamos entre todos esas incógnitas y cómo hacemos camino para que ese nuevo ciclo que ahora asoma y sólo acertamos a intuir acabe naciendo por fin.
Algunos lo tienen muy claro y ni siquiera se molestan en disimular. Para ellos el nuevo ciclo significa echar la persiana al soberanismo, dejarse de eso que llaman «veleidades soberanistas» y regresar el pasado, a los años de cómoda cohabitación con los socialistas en el Gobierno vasco. Un nuevo ciclo que es en realidad la vuelta a las viejas políticas que tanto gustan en Madrid, donde su máxima aspiración para Euskal Herria es la asimilación de un nacionalismo domesticado que no ponga en peligro el actual estado de las cosas, aunque ello signifique renunciar a resolver un conflicto político que tanto dolor y sufrimiento ha generado y genera en nuestro país.
El futuro, sin embargo, no lo podemos escribir con renglones del pasado. Eso es imposible, por mucho que en Euskal Herria y sobre todo entre los abertzales tengamos la insana costumbre de enredarnos en discusiones bizantinas sobre hechos ocurridos hace 30 ó incluso 150 años. Yo miro al futuro y no veo el pasado. Eso es lo contrario al progreso. Desde mi responsabilidad política quiero mirar al futuro con valentía, dispuesto a arriesgar por el bien común, y con ambición. Con ambición histórica, la que los abertzales vamos a necesitar para afrontar de una vez por todas la resolución definitiva del conflicto político de fondo y alcanzar un escenario de paz que abra las puertas, democráticamente, a todos los proyectos políticos.
Todos quienes compartimos esa ilusión y esa ambición, todos sin excepción, tenemos la obligación de hacer una reflexión de carácter estratégico que permita a la sociedad vasca abrir ese nuevo ciclo que nos lleve a todos a la resolución del conflicto desde vías políticas y democráticas. Y también tenemos la obligación de abordar esa reflexión con inteligencia, dando prioridad absoluta a los instrumentos y a las fórmulas que mejor contribuyan a la consecución de nuestro objetivo último.
Es hora de reivindicar las gigantescas potencialidades de un soberanismo inteligente que utilice con radicalidad absoluta las vías políticas y democráticas. Ejemplos ya tenemos: Escocia, Flandes, Groenlandia, incluso Irlanda, donde han sido capaces de reconducir desde la política el conflicto armado. Cualquier otra vía alternativa a las estrictamente políticas y democráticas está condenada al fracaso de antemano porque sólo servirá para alejarnos de nuestra meta.
Valentía, ambición e inteligencia deben ser los cimientos sobre los que se asiente en los próximos tiempos la apuesta política de los miles de abertzales soberanistas que somos en Euskal Herria y que aspiramos a tener un Estado propio en Europa. Hay masa crítica de sobra para que la apuesta por ese soberanismo inteligente sea un éxito rotundo en las urnas y fuera de ellas, para que esa apuesta sincera devuelva la ilusión perdida a los miles y miles de abertzales frustrados y desencantados, y con razón además, por la gestión de dos iniciativas del Gobierno vasco -Nuevo Estatuto Político y Ley de Consulta- que en un inicio encendieron en la sociedad vasca una llama de esperanza que al final el PNV ha ayudado a apagar con el beneplácito del lehendakari Ibarretxe.
Basta ver los temores y los nervios que en instancias políticas y mediáticas muy diversas se han desatado a raíz de esta invitación a la configuración de un polo soberanista para comprobar la tremenda potencialidad de esta iniciativa. Sus posibilidades de futuro son inmensas, y no sólo en clave política general, sino también en lo relativo a las políticas sociales, económicas, culturales, educativas, etc. a impulsar en todo el país desde una perspectiva claramente progresista.
Quienes demandamos para Euskal Herria un nuevo ciclo que no repita ni esquemas fracasados ni errores del pasado tenemos la responsabilidad de acertar ahora en la respuesta. De lo contrario, si nos equivocamos, corremos el riesgo cierto de ver cómo desde otras instancias políticas cortocircuitan toda opción de cambio e hipotecan nuestro futuro como pueblo. Son esas instancias, en Madrid pero también aquí, en Euskal Herria, las que con toda seguridad van a intentar boicotear la puesta en marcha de este tren por la soberanía; unos, porque temen que el tren llegue a la meta de la independencia; otros, porque tienen miedo a perder su primacía y su sitio en la locomotora.
Unos y otros saben que un polo soberanista democrático que se autoimponga el objetivo de recabar por vías exclusivamente políticas la adhesión mayoritaria de la sociedad vasca es imparable a medio-largo plazo y que a corto plazo provocaría un auténtico terremoto en la escena política vasca, un cambio radical con respecto a la actual correlación de fuerzas que impediría que el PNV y el PSOE volvieran a los años de Ardanza para repetir ese viejo esquema que nos conduce sin remedio a convertirnos en una simple comunidad autónoma del Estado español.
Su temor al cambio nos muestra cuál es el camino correcto. El PSOE, como el PP, teme el éxito de la apuesta soberanista porque sería el inicio del fin de la unidad de España. Y el PNV tiene pánico a perder su posición de privilegio dentro del nacionalismo vasco. Durante los últimos 30 años ha sabido mantener su primacía aplicando la teoría del péndulo, moviéndose hacia el autonomismo o hacia el soberanismo según el interés coyuntural de cada momento. Sin embargo, la ambigüedad calculada y el péndulo dejarán de servirle si desde el soberanismo somos capaces de articular un movimiento de calado. El PNV lo sabe bien, y lo teme porque ese día tendrá que elegir entre autonomismo y soberanismo, y dejará de ser la primera referencia política abertzale.
Hemos entrado en año electoral y eso en política lo complica todo. No obstante, no debemos perder de vista ni el objetivo -la soberanía de Euskal Herria- ni la conciencia de que tenemos todo por ganar para superar los obstáculos y lograr que el Parlamento Vasco que surja de las elecciones de marzo refleje de verdad la realidad política de nuestro país y, por consiguiente, la existencia de un polo soberanista fuerte. Sólo necesitamos valentía, ambición e inteligencia.
Fuente: Unai Ziarreta /GARA
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