Hace una década lo hizo con el PNV y EA, y hace cinco años con el PSOE. La izquierda abertzale -el independentismo en general- se perfila de nuevo como la única fuerza con interés y capacidad suficientes como para buscar en 2009 un punto de inflexión frente al bloqueo actual del conflicto. Un bloqueo impuesto por el PSOE y acatado sin problemas por el PNV en 2008; la alianza estratégica no escrita entre ambos cambia las coordenadas del mapa político vasco.
2008 se despide como un año de absoluta parálisis en el largo conflicto entre la Euskal Herria que quiere decidir su futuro y los estados que no se lo permiten. La señal más clara del bloqueo, y también la más cantada, llegó el 10 de setiembre. El Tribunal Constitucional español puso en negro sobre blanco que la única soberanía que admite es la del «Pueblo Español» -en mayúsculas en la sentencia- ante un «pueblo vasco» en minúscula y cuya existencia pone en duda. Con ello, el Estado español lanzaba una señal clarificadora: ni siquiera estaba dispuesto a dar al PNV un sucedáneo del acuerdo político que le había negado a la izquierda abertzale. Tras 30 años de Constitución, una generación entera, Madrid acomete un enroque ante las demandas vascas, un blindaje en toda regla, con el PSOE como guía.
Tras constatarse que esta vez tampoco habría desacato, plante, pase foral, desobediencia civil, consulta... ni denuncia a Europa siquiera, el PNV ha agotado su última cuota de crédito para la práctica totalidad de los independentistas del país. Un bloque al que se intenta convertir en invisible, pero que, pese a todas las noticias adversas y a la imposibilidad fáctica de llevar a cabo hoy su proyecto dentro de la ley española, sigue asentado en cotas superiores al 30%.
2008 ha retratado al PSOE como un partido timorato, que no puede -o no quiere- afrontar la transición real pendiente del modelo de Estado, que se asusta -o se justifica- con el PP, y que 78 años después ni siquiera se atreve a reivindicar justicia para sus propias víctimas del franquismo. Y el PNV se muestra tanto o más temeroso de un cambio político real que pueda dañar su cuota de poder institucional, más tocada a cada paso por las urnas. Un dato: transcurrido año y medio desde las frustradas conversaciones de Loiola, los jeltzales siguen sin explicar públicamente por qué se alinearon con el PSOE y no secundaron las concreciones pedidas por la izquierda abertzale para garantizar que la independencia fuera una opción real y materializable.
Procesos encadenados
Con este cuadro, el independentismo se ha convertido en el único sector que no tiene nada que perder y sí mucho que ganar. En 2008 no ha conseguido condicionar las posiciones del resto de agentes tanto como hubiera querido. 2009 llega, por tanto, con ese reto pendiente.
En la recta final del año se han escuchado mensajes que asumen la necesidad de tomar la iniciativa en busca de un nuevo punto de inflexión que pueda llevar por fin a la solución, desde toda la experiencia ya acumulada en procesos que se van encadenando. No es una novedad. En realidad, siempre ha sido este sector político el encargado de mover el debate y de crear nuevas oportunidades, en ocasiones con giros inesperados y vertiginosos. Apenas pasaron catorce meses desde que la izquierda abertzale apareció aislada y casi barrida por el «espíritu de Ermua» (julio de 1997) hasta que lideró el Acuerdo de Lizarra-Garazi (setiembre de 1998). Y en plena ilegalización fue capaz de levantar con paciencia un nuevo proceso de negociación que se desarrolló entre 2005 y 2007.
En el primer caso, también el PNV fue fuerza tractora. En el segundo, ese papel lo jugó el PSOE. Pero esta vez, vistas las posiciones de ambos, tendrán que ser los independentistas -siglas al margen- los que maniobren en solitario, al menos en un principio. De los dos procesos anteriores vienen herencias bien fundadas que abren la puerta al «reenganche» posterior de quien lo desee: el derecho a decidir apuntalado en Lizarra-Garazi, para el PNV, y el procedimiento de negociación de Anoeta, en el caso del Estado.
La izquierda abertzale parece dispuesta a poner manos a la obra, sabiendo que la acumulación de fuerzas obliga a debatir sobre estrategias actuales y futuras. Una discusión que se hará mirando a Europa, el marco natural de Euskal Herria y el escenario en que no dejan de nacer nuevos estados que toman la delantera al vasco. Es una dinámica sin ritmos fijados ni final escrito. La música y la letra están por elegirse, sin olvidar que tanto el Estado como los vascos pro-estatalistas tratarán de emborronar la partitura.
2008 se despide como un año de absoluta parálisis en el largo conflicto entre la Euskal Herria que quiere decidir su futuro y los estados que no se lo permiten. La señal más clara del bloqueo, y también la más cantada, llegó el 10 de setiembre. El Tribunal Constitucional español puso en negro sobre blanco que la única soberanía que admite es la del «Pueblo Español» -en mayúsculas en la sentencia- ante un «pueblo vasco» en minúscula y cuya existencia pone en duda. Con ello, el Estado español lanzaba una señal clarificadora: ni siquiera estaba dispuesto a dar al PNV un sucedáneo del acuerdo político que le había negado a la izquierda abertzale. Tras 30 años de Constitución, una generación entera, Madrid acomete un enroque ante las demandas vascas, un blindaje en toda regla, con el PSOE como guía.
Tras constatarse que esta vez tampoco habría desacato, plante, pase foral, desobediencia civil, consulta... ni denuncia a Europa siquiera, el PNV ha agotado su última cuota de crédito para la práctica totalidad de los independentistas del país. Un bloque al que se intenta convertir en invisible, pero que, pese a todas las noticias adversas y a la imposibilidad fáctica de llevar a cabo hoy su proyecto dentro de la ley española, sigue asentado en cotas superiores al 30%.
2008 ha retratado al PSOE como un partido timorato, que no puede -o no quiere- afrontar la transición real pendiente del modelo de Estado, que se asusta -o se justifica- con el PP, y que 78 años después ni siquiera se atreve a reivindicar justicia para sus propias víctimas del franquismo. Y el PNV se muestra tanto o más temeroso de un cambio político real que pueda dañar su cuota de poder institucional, más tocada a cada paso por las urnas. Un dato: transcurrido año y medio desde las frustradas conversaciones de Loiola, los jeltzales siguen sin explicar públicamente por qué se alinearon con el PSOE y no secundaron las concreciones pedidas por la izquierda abertzale para garantizar que la independencia fuera una opción real y materializable.
Procesos encadenados
Con este cuadro, el independentismo se ha convertido en el único sector que no tiene nada que perder y sí mucho que ganar. En 2008 no ha conseguido condicionar las posiciones del resto de agentes tanto como hubiera querido. 2009 llega, por tanto, con ese reto pendiente.
En la recta final del año se han escuchado mensajes que asumen la necesidad de tomar la iniciativa en busca de un nuevo punto de inflexión que pueda llevar por fin a la solución, desde toda la experiencia ya acumulada en procesos que se van encadenando. No es una novedad. En realidad, siempre ha sido este sector político el encargado de mover el debate y de crear nuevas oportunidades, en ocasiones con giros inesperados y vertiginosos. Apenas pasaron catorce meses desde que la izquierda abertzale apareció aislada y casi barrida por el «espíritu de Ermua» (julio de 1997) hasta que lideró el Acuerdo de Lizarra-Garazi (setiembre de 1998). Y en plena ilegalización fue capaz de levantar con paciencia un nuevo proceso de negociación que se desarrolló entre 2005 y 2007.
En el primer caso, también el PNV fue fuerza tractora. En el segundo, ese papel lo jugó el PSOE. Pero esta vez, vistas las posiciones de ambos, tendrán que ser los independentistas -siglas al margen- los que maniobren en solitario, al menos en un principio. De los dos procesos anteriores vienen herencias bien fundadas que abren la puerta al «reenganche» posterior de quien lo desee: el derecho a decidir apuntalado en Lizarra-Garazi, para el PNV, y el procedimiento de negociación de Anoeta, en el caso del Estado.
La izquierda abertzale parece dispuesta a poner manos a la obra, sabiendo que la acumulación de fuerzas obliga a debatir sobre estrategias actuales y futuras. Una discusión que se hará mirando a Europa, el marco natural de Euskal Herria y el escenario en que no dejan de nacer nuevos estados que toman la delantera al vasco. Es una dinámica sin ritmos fijados ni final escrito. La música y la letra están por elegirse, sin olvidar que tanto el Estado como los vascos pro-estatalistas tratarán de emborronar la partitura.
Fuente: GARA
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