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viernes, 5 de diciembre de 2008

ANDRE MARI, La Dama de Amboto

Mari es la deidad principal de la mitología vasca. Representa la Madre Tierra. Se trata de un númen femenino en forma de una señora elegante. Su imagen varía según el pueblo o la zona geográfica. Mari puede aparecer portando en sus manos un palacio de oro, sobre un carro que vuela tirado por cuatro caballos, como una mujer en llamas que cruza el aire, puede estar montada sobre un carnero, como una mujer grande cuya cabeza aparece rodeada por la luna llena, etc. También se dice que adopta formas de animales cuando habita las regiones subterráneas que son su casa. Estas comunican con cuevas o cimas donde ella aparece más a menudo. Acostumbrada a cambiar de morada y se le atribuyen unas cuantas en los montes Amboto, Oiz, Mugarra, Aizkorri, Aralar y Murumendi. A Mari también se la conoce también con el nombre de la Dama de Amboto. En Oñate se dice que cuando Mari reside en el Amboto, llueve copiosamente.
En algunas leyendas estaba casada con Maju ( también llamado Sugaar), y se decía que cuando ambos se juntaban se desataban tormentas.
Otra leyenda dice que Mari se casó con un mortal de Beasain que trató de bautizar a sus hijos. Como ella no era cristiana, se negó a bautizarlos y desapareció envuelta en llamas regresando a las peñas de Murumendi.
En la mayoría de las leyendas ella tenía dos hijos: Atarrabi y Mikelats, el primero bueno, malvado el segundo.
En ocasiones también se habla de la cautiva de Mari a causa de una promesa o de una maldición de su madre. Como ejemplo se puede citar el caso de una muchacha de un caserío que se pasaba las horas peinándose. La madre un día le dijo: “ojalá te lleven mil rayos”, y al instante la hija desapareció. Más tarde se apareció en forma de esqueleto humano a un pastor en una cueva de Aizkorri y le explicó como se encontraba cautiva en los aposentos de Mari a causa de la maldición.
Mari desata tempestades, ayuda a quienes creen en ella y a veces hace de oráculo, como en una ocasión en la que un hombre acudió a la cueva del Amboto pare pedirle consejo porque su ferrería no funcionaba, y esta le dio la solución.
Existía el culto a Mari en una serie de costumbres: obsequiarla con un regalo al año, frecuentemente un carnero; lanzar piedras al interior de las cuevas…En la planicie de Gaztelueta en la Sierra de Aralar hay un túmulo formado por piedras al que la gente arrojaba piedras en las noches de plenilunio. Existían charcas sagradas en las que hacían lo mismo las mujeres que deseaban tener hijos. También se depositaban monedas en las cuevas habitadas por los númenes, así se encontraron monedas romanas e íberas en muchas de ellas.
También existía un protocolo al acudir a la casa de Mari que consistía en tutearla siempre, no sentarse nunca aún cuando ella lo pidiera, y salir de la cueva de la misma forma en que se había entrado: es decir, si se hubiera entrado mirando hacia al interior, habría que salir caminando hacía atrás.
Mari condena el robo y la mentira, y castiga quitando el objeto del robo o mentira. Se decía que Mari abastecía sus arcas a cuenta de aquellos que niegan lo que es y afirman lo que no es. Lo dado a la negación, la negación lo lleva. Mari castiga enviando inquietudes y quitando cosas, si son pastores suele llevarse un carnero. El castigo más ruidoso de Mari es el pedrisco, que lanza ella o su hijo Mikelats desde el mundo subterráneo.


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