ZORTZIKO A LA SOMBRA DEL OMBÚ
Vasco de patria argentina; argentino de patria vasca. Roble y ombú. Creció leyendo a grandes hombres y estudiando la historia de la tierra de sus mayores. Y se hizo a orillas del Río de la Plata un resistente de la cultura en los tiempos turbulentos. Porque la formación intelectual es el primer paso para la superviviencia de una comunidad. Como siembra de semilla para que no se apague la llama de un pueblo que canta y baila en las dos orillas de un océano y que deja en la tierra de acogida su huella de bonhomía. Con el sueño de tener un día la nacionalidad merecida.
Texto: Fermin MUNARRIZ • Fotografías: Gorka RUBIO
Los vascos estamos unidos a la emigración y al exilio. ¿Hemos incorporado estos aspectos a nuestra idiosincrasia cultural? ¿Somos conscientes de que somos un pueblo que se desplaza?
Sí, somos conscientes de ello. En el caso concreto de mi país, Argentina, incluso entre los fundadores de poblaciones tenemos a vascos en una proporción muy superior a la de otros pueblos que viajaron allá. La propia ciudad de Buenos Aires fue fundada por Juan de Garay, que fundó también Santa Fé, Santiago de Estero, Jujuy... Todo eso refleja una presencia vasca importante, que ha llegado a aquel país por diversas razones.
Esa presencia vasca en América ha dado pie a dos comunidades de un mismo pueblo a ambos lados del océano. ¿Existe conocimiento mutuo?
Yo diría que no. Creo que sí se sabe de la existencia de una cantidad impresionante de vascos en América -quién no tiene un pariente o un familiar que estuvo o que está allá- y lo que hay es un sentimiento profundo, arraigadísimo, de afecto. En Argentina ninguna persona que sepa que sus raíces son vascas las oculta; al contrario, las exhibe. Es sentimiento.
¿Pero hay conocimiento? Ahí tengo mis dudas. Es decir, ¿conoce ese argentino descendiente de vascos, por ejemplo, la ubicación geográfica, la superficie, los nombres de los herrialdes... o lo que tiene es un sentimiento que cuando lo identifica con el origen de sus abuelos le hace derramar lágrimas?
En mi opinión, es un sentimiento como la cima del Aconcagua, la montaña más alta de América. Creo que es precisamente el conocimiento lo que debemos trabajar.
Se trata, por tanto, de una relación más sentimental que racional...
Coincido totalmente con ello. La enorme mayoría tiene sentimiento, pero también hay desconocimiento que se debe remediar.
Uno de los sentimientos de las comunidades alejadas de su tierra de origen y que ha emigrado por razones económicas o políticas es, precisamente, el desgarro. ¿Cómo se vive esa nostalgia en la diáspora?
Se vive a través de una idealización de la tierra. Si le preguntamos a un argentino que nos hable de Euskal Herria, casi con seguridad nos remitirá a una imagen de tarjeta postal, tal vez al estereotipo más folclórico, porque es lo que lleva en su retina o lo que oyó de sus padres o de sus abuelos. Además, los vascos, concretamente en Argentina y en Uruguay, se dedicaron fundamentalmente a actividades rurales en un país agrario o pastoril como era la Argentina del siglo XIX.
Nació usted en Argentina pero vivió la niñez en Euskal Herria hasta los 12 años. ¿Cómo llegó a ese sentimiento de pertenecer a una comunidad cultural e histórica?
Llegué a través de dos caminos. El primero, familiar, de sangre; mi madre era una bilbaina que, sin haber pertenecido a Emakume Abertzale Batza, se sentía patriota vasca. Ella me enseñaba en casa las canciones anteriores a 1936 con una advertencia: «Ni se te ocurra cantar esto fuera de casa».
Aprendí a sentir y amar lo vasco también cuando vi un día golpear a un limpiabotas en una acera de Bilbao por decir la palabra «agur» en el año 1944. Y cuando tuve la satisfacción, un 5 de enero del año 1947, de ver caer ikurriñas en el campo de San Mamés el día que jugaba el equipo argentino San Lorenzo de Almagro, en el que estaba el vasco Zubieta, que había ido con la selección de Euskadi en 1937 y volvía diez años después a su tierra y fue recibido con una ovación que se caía el estadio...
También me influyó la viviencia con un maestro que no era nacionalista sino republicano federal, y que desde el Pagasarri me enseñaba el horizonte y me decía: «Es nuestra tierra vasca».
Luego volvió a Argentina y siguió cultivando ese espíritu. ¿Qué lo alimentaba allá?
Volví a Buenos Aires, todavía niño, y conocí con mi familia el Centro Vasco Laurak Bat, que es una institución muy antigua, del siglo XIX. No era socio, era lo que allá llamaban «vasco de San Ignacio», que iba a la comida una vez al año. Una de las veces ocurrió que cayó en manos de mi madre un periódico llamado «Eusko Deya» y en él había un anuncio que hablaba de la editorial vasca Ekin. Mi madre dijo que un día iríamos y así fue. Yo tendría 14 años...
¿Qué supuso aquel encuentro con la editorial Ekin?
Supuso, sobre todo, encontrarme con dos personas: Andrés María de Irujo y Pedro Mari de Irujo. Me dijeron que me llevara unos libros y pude leer « De Gernika a Nueva York pasando por Berlín» de José Antonio Agirre, «El genio de Navarra» de Arturo Campión, «Los vascos y la república española» de Andrés de Lizarra y otros muchos títulos... Empecé a leer y me empecé a interesar. Al terminar el bachillerato, en 1954, y antes de seguir con los estudios de historia, me sumergí en los estudios vascos.
Allá comenzó mi estrecha relación con Pedro Mari Irujo, con quien, durante 30 años, me reuní todos los días del año para hablar de una sola cosa: Euskal Herria.
¿Qué supuso Ekin en la difusión de la cultura vasca?
La editorial Ekin, que fue fundada en 1941 por Isaac López Mendizabal y Andrés María de Irujo, significó, tal como lo definió Martín Ugalde, «el faro de la cultura vasca» en los terribles años de 1940 a 1950; por razones obvias, ni al sur ni al norte del Pirineo ni en el resto de Europa ocupada por el nazismo, se podía publicar nada relacionado con la cultura vasca.
¿La cultura era también una manera de resistir?
Sí, porque mucha gente de la República Argentina, muchos descendientes de vascos, recibían el conocimiento a través de los libros de Ekin o de entidades como Euskaltzaleak, pionera en la enseñanza del euskara. La labor de «Eusko Deya» hizo también que muchos vascos comprendieran qué había pasado en Euskal Herria, el porqué de la guerra y el porqué de la posición que había asumido el nacionalismo vasco, porque había una confusión muy grande de ideas, que el franquismo manejó con la complicidad de argentinos de su misma ideología.
Gracias a la generosidad de Sebastián de Amorrortu, impresor de las obras de Sabino Arana, y sus hijos fue posible Ekin porque pusieron sus talleres de impresión gratis al servicio de la cultura vasca. Todo eso da un grado de resistencia. Era fundamental tener esa base. En mi opinión, la labor fundamental que debe desarrollar la diáspora es promover la cultura vasca.
¿Cómo son los jóvenes vascos que acuden hoy a las euskal etxeas argentinas?
Son muy diferentes a los de mi tiempo. Los jóvenes de hoy tienen acceso a cosas de Euskal Herria que no teníamos entonces. En aquella época dependíamos de cartas o de algún periódico... A los de hoy internet les permite estar en contacto a través de un flujo de intercambio, que les permite tener un mejor conocimiento de la realidad.
¿Qué lleva a un joven nacido en Argentina a aprender euskara?
Todos los años se apuntan a estudiar euskara en las euskal etxeas de Argentina de 500 a 600 personas, la mayoría de origen vasco pero también otras que acuden por tener un conocimiento del idioma. Van por el hecho de saber alguna palabra que aprendieron en casa o porque es la lengua que han oído en las canciones de los cantantes modernos o del rock. Hay chicos que cantaban en euskara por fonética, no sabían qué decían, pero están convencidos de que ése es un elemento diferenciador y muy característico del pueblo vasco.
¿De qué manera se transmite el sentimiento vasco en el ex- terior?
Los hijos de los exiliados de la guerra, por ejemplo, vivieron mucho tiempo de su vida en las euskal etxeas tradicionales de Buenos Aires, de Rosario, de Bahía Blanca, de Mar del Plata... Comenzaban siendo integrantes del grupo de dantzaris txikis y seguían hasta mayores. Durante la primera generación, sobre todo, se produjo un efecto endogámico porque había muchos noviazgos y casamientos.
También se han cultivado otros símbolos que han pasado de generación en generación. Por ejemplo, en Argentina hay más de cuatrocientos retoños del Árbol de Gernika, desde uno histórico que está en el Laurak Bat de Buenos Aires, que se plantó en 1906, hasta otro que está frente a la casa de Gobierno en Plaza de Mayo, al pie de la estatua de don Juan de Garay -originario de Orduña-, fundador de Buenos Aires y de Santa Fé.
Dicen de usted que es un «formador de vascos». ¿Cuál es la clave para conservar y exten- der el sentimiento vasco en el exterior?
Es exagerado... [risas] Yo creo en la formación. Consiste en acercarse como el sembrador de la parábola evangélica que tiraba las semillas y algunas fructificaban y otras no. Es ir por las euskal etxeas, los centros vascos o por donde sea, inclusive la univesidad de Buenos Aires, a impartir cursos sobre nacionalismo vasco; no hablo de una ideología concreta, sino sobre el fenómeno del nacionalismo.
La formación es la manera de llevar el conocimiento. Así como se trabaja muy bien el euskara, creo que hay que empezar con dos materias: geografía e historia. En toda euskal etxea debe haber en un lugar preferente un gran mapa de Euskal Herria con los nombres de los territorios y pueblos porque allá hay gente de todos los herrialdes. Simplemente dar esos elementos básicos es ya un punto de partida. Luego hace falta un conocimiento no de carácter exhautivo, pero sí suficiente y básico, para conocer el país y su proceso histórico, con las virtudes y los defectos.
¿Qué huella han dejado los vascos en Argentina? ¿Tiene prestigio la comunidad vasca?
Totalmente. Pondré un ejemplo: cuando Argentina estaba cerrada a la inmigración por la II Guerra Mundial, el presidente Roberto Ortiz Lizardi promulgó dos decretos ley para permitir la entrada libre al territorio argentino de todo vasco, con la documentación que poseyera -no necesariamente el pasaporte español o francés- siempre que fuera avalado moral y materialmente por un comité que se creó llamado «pro emigración vasca», conformado por argentinos, hijos de vascos, de todas las ideologías políticas, que se unieron por encima de sus diferencias para ayudar al pueblo de sus mayores.
Los vascos fueron el único grupo étnico de los muchos que conforman Argentina que fueron objeto de una decisión gubernamental de ese tipo, que perduró de 1940 a 1946.
Se calcula que sólo en Argentina hay actualmente unos tres millones de personas con apellidos de origen vasco, que es la misma cantidad de personas que viven en Euskal Herria...
Quizás sea una cifra corta... Yo calculo que somos unos tres millones y medio. Hay que tener en cuenta lo siguiente: cuando hablamos de vascos hablamos de descendientes de Hegoalde y de Iparralde. En Argentina, como en Chile o en California, hay una presencia muy importante de descendientes de vascos del norte. De Iparralde fueron los primeros vascos que llegaron en el siglo XIX a Argentina. Los primeros de Hegoalde fueron excombatientes carlistas que se negaban a aceptar el Convenio de Bergara y que participaron en guerras civiles en Uruguay y luego en Argentina. Pero los primeros vascos que llegaron fueron pastores, sobre todo de Baja Navarra y de Zuberoa, que fueron a trabajar con la oveja, que era la principal fuente de riqueza económica de Argentina. Los grandes dueños de rebaños preferían para esas tareas a dos grupos étnicos, que a veces han estado unidos por otros avatares: vascos e irlandeses.
Precisamente es en Argentina donde se crea en el siglo XIX la primera euskal etxea...
La primera euskal etxea en América se crea en Montevideo (Uruguay) en diciembre de 1876 pero desaparece antes de que acabe el siglo. La de Buenos Aires se crea tres meses después, en marzo de 1877, y esta perdura. Sus fundadores no eran exiliados en sí, sino fueristas contrarios a la unidad cons- titucional española; la mayoría eran hombres jóvenes que ya vivían allí. Eran alaveses, vizcainos, navarros y guipuzcoanos; su nombre es Laurak Bat. Como curiosidad puede recordarse que nombran un bibliógrafo para crear una biblioteca dedicada a temas vascos. Comienzan, además, una labor de asistencia al vasco necesitado haciendo una caja de ayuda a emigrantes, montando camas... También cuando hubo dos grandes galernas en el Cantábrico o con motivo de la I la Guerra Mundial se hicieron colectas para ayudar a las viudas.
¿Cómo es la imagen de Euskal Herria que se recibe en la comunidad vasca de Argentina?
En los últimos años lo vasco era igual a ETA. Los grandes medios de comunicación trataban lo vasco exclusivamente cuando había alguna catástrofe o cuando se producía una acción de ETA. Hay que decirlo y asumirlo, ésta era la imagen que se daba. Frente a eso hubo dos actitudes: la de quienes metieron la cabeza en la tierra creyendo que con eso lo ocultaban y la de quienes sostuvimos que era una realidad -se esté de acuerdo o no- que había que explicar a la sociedad argentina. Por allá han pasado representantes de todo el espectro político vasco. Es un país plural y tratamos de hablar de la realidad de este país, pero no solo la política sino también la cultural.
¿Se sigue con interés la situación política de Euskal Herria?
Creo que los que la siguen son una minoría. Para la mayoría, las preocupaciones son de otro tipo más ligado al terreno cultural y folclórico. Salvo en el periodo en que algunos son convocados a votar desde allá, no hay un interés político muy grande.
Sin embargo, ahora se detecta una gran esperanza. Hubo un momento clave en que la gente tomó una ilusión, que fue Lizarra-Garazi. «¡Al fin!», dijeron muchos allá, porque a veces a un argentino le resulta difícil entender por qué aquí se unen en sus votos el PP y el PSOE y no los abertzales.
¿Cómo se ha recibido en la comunidad vasca de Argentina la actual alianza entre fuerzas abertzales?
En esos sectores más preocupados por la situación política es bien recibida. En Argentina hubo tentativas en su momento con la vieja idea del Frente Nacional Vasco. Tenemos que sumar y multiplicar, no restar y dividir. Para eso, primero debemos situar la idea de los derechos nacionales y las aspiraciones de nuestro pueblo por encima de las siglas.
¿La comunidad vasca en el exterior debería tener una mayor implicación en el actual proceso político?
Podrían abrirse cauces. Por ejemplo, en la Semana Nacional Vasca, en la que se reúnen unas dos mil personas descendientes de vascos en una ciudad del país, hay presencia de personas de todas las tendencias ideológicas. Y allá la gente pregunta y quiere saber qué va a pasar.
Además, para muchos de nosotros, la ilusión es que algún día podamos tener la ciudadanía vasca. Para mí sería un gran orgullo tener un día un documento que dice que soy ciudadano vasco, como otro tiene el que dice que es ciudadano francés o español.
¿Existe sentimiento independentista en la diáspora?
Sí, y se encuentra a poco que se rasque en mucha gente que aparentemente no es política, porque para el argentino es muy difícil hablar de estatutos por su propia historia. El argentino entiende el concepto de independencia. Es muy complejo explicar conceptos de estatutos, competencias, etc. en un mundo donde eres independiente o no lo eres. Eso significa rescatar aquello que es fundamental: que se nos reconozca; ni más ni menos. Queremos los mismos derechos que le asisten a cualquier otro pueblo.
¿Qué es para usted Euskal Herria?
Para mí, Euskal Herria no es solamente el territorio de los siete herrialdes; es eso y su proyección en aquellos que estamos fuera de esta tierra, que consideramos ama lurra, la madre tierra. Yo ya he viajado 39 veces y cada vez que vengo aquí es como volver al vientre materno.
Tengo nietos y el día de San Ignacio vestí al primogénito de baserritarra y lo llevé allí; y sueño -si tengo vida- con verlo algún día corretear y jugar con los otros chicos cantando «bat, bi, hiru, lau...» Y eso no me lo saca ningún político de Madrid o de París. Y si a eso alguno le llama esencialismo, lo asumo. En Argentina no queremos que eso se borre.
No olvidemos que el bardo Iparragirre también dijo «eman ta zabal zazu» para dar los frutos al mundo, no solo para Euskal Herria. También dijo que había visto lugares muy hermosos por ahí pero que el corazón dice «vuelve al País Vasco». Y nosotros volvemos, aunque ahora estemos en la patria de San Martín, de Alberdi, de Urquiza, de Esteban Echeverría, de Yrigoyen, de Ortiz Lizardi...